El domador despacio y con temple dio nos pasos atrás, mientras el tigre avanzaba hacia él con las fauces abiertas y rugiendo, como quien marca su territorio. La angustia se palpaba en el ambiente y la palidez del rostro del domador lo constataba.
Segundos antes, el tigre de un zarpazo le había quitado el látigo dejándolo indefenso y sorprendido. Llevaba con él varios años, Pablo lo había amaestrado con paciencia y llevaban muchas funciones juntos. Nunca en todo este tiempo le había dado problemas. Claro, eso sí, siempre respetando las distancias de seguridad. Los años que llevaba de domador, le habían enseñado a no confiar en los animales salvajes, por muy domesticados que estuviesen.
¿Qué le había pasado al animal para reaccionar así? —pensó Pablo preocupado y asustado.
Tenía pegada la espalda a la jaula. Se encontraba indefenso y con un nudo en la garganta. Les hizo señas a sus compañeros, pero el bullicio enardecedor del público, ahogaba sus palabras. Veía aproximarse lentamente al tigre. Miró con melancolía a los ojos del tigre, suplicando por su vida. En esos momentos, no sabía si este iba a valorar los años que llevaba cuidándolo. Era un animal, no tenía sentimientos y Pablo se estaba desesperando. El tigre se quedó quieto frente a él, a escasa distancia lo observaba fijamente como quien juzga que decisión debe tomar.
Un instante después, el tigre se tendió a sus pies, inofensivo. El domador con un profundo suspiro y con un temblor nervioso que le recorría todo el cuerpo, se movió despacio hasta volver a coger el látigo y volver a controlar la situación. Ya más tranquilo saludó a los espectadores.
El público del circo rompió en aplausos, creyendo que todo formaba parte del espectáculo. Uff, que cerca había estado de la muerte, o al menos, fue la sensación que tuvo durante unos minutos. Sus compañeros lo felicitaron: “Te has superado, compañero. Nos has tenido asustados. ¡Vaya pedazo de espectáculo te has montado! Eres el mejor”. Pablo simplemente sonrío. ¿Qué sabrían ellos lo que era haber estado asustado?
El tigre le demostró que sí tenía sentimientos y respeto por los años compartidos. Pablo se acercó al tigre y le dio un gran trozo de carne, se lo había ganado con creces.
Los asistentes seguían aplaudiendo, habían quedaron muy satisfechos, lo que no sabían era que ese número era único y no volvería a repetirse jamás.
Pablo se retiró sabiendo que hoy había vuelto a vivir y le dio las gracias al tigre por ello. Claro que eso quedaría entre ellos dos.