El pozo (2ª parte)

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Celia no quería transmitirles a sus hijos sus miedos de antaño, pero ella se había criado con ese temor. Había crecido sin acercarse al maldito pozo. Y ahora no sabía qué hacer. Sus hijos no le perdonarían nunca que no buscase a Toby. Respiró hondo y pensó que Juan no iba a dejar que le pasase nada a Raúl. ¡Qué Dios los ampare! Al final, accedió.

—Prometedme que, si no encontráis a Toby, volveréis pronto. Voy a estar en un sinvivir hasta que os vea de nuevo aquí arriba.

—Sí, mujer, tranquilízate. Julia, hija, cuida de mamá y que se relaje, ahora volvemos. —Los dos agachados gatearon por el pasadizo—. Vamos, hijo, despacio y junto a mí, no vaya a haber algún bicho por aquí y te vaya a picar. Sigue andando por el túnel hasta aquella luz del fondo ¿Y ese agradable olor de qué será?

—Sí, ¡qué bien huele! Papá, anda más deprisa a ver que hay al final.

—No seas impaciente que ya estamos llegando. Hay que ser precavidos. No sabemos que animales hay aquí abajo. ¡Jolines! ¿Qué ven mis ojos? ¡La madre del cordero! ¡Qué bonito paisaje y qué flores más raras! —exclamó Juan asombrado, ante lo que tenían ante ellos.

—¡Ohhh, esto es como un sueño! ¿Son esas flores violetas las que desprenden la luz e iluminan el jardín subterráneo? —Su padre asintió—. Papá es increíble que esto esté bajo nuestro jardín.

—Sí, hijo, ni loco me lo hubiese imaginado. En esta zona no hay ni rastro del perro, tenemos que seguir buscando. ¡Toby, Toby!  Allí al fondo, frente a nosotros, he visto moverse algo, vamos a mirar, pero ten cuidado. Que esto es muy bonito, pero no debemos fiarnos de las apariencias.

—Mira, lo que has visto moverse son pájaros de colores. Son preciosos y que bonito cantan. Es difícil de imaginar que vivan aquí abajo, yo pensé que solo había hormigas, ratas y culebras. Papá, aquello que corre, ¿son conejos blancos? Mira allí, aquellos son… ¡Caballos enanos!

Se acercaron despacio, efectivamente eran conejos y ponys. Al percatarse de la presencia de ellos, se fueron corriendo, hacia un bosque frondoso que había al fondo. Ellos siguieron andando.

—Raúl, fíjate en el pequeño lago que hay a tu derecha, está lleno de…  ¡Son monedas! Vamos a asomarnos. ¡Santo Cielo si son monedas de las nuestras! Mira que variedad, son de distintas épocas. Si tu madre viese esto, diría: “Ves como los cuentos son verídicos Juan, estas monedas las ha tenido que dejar alguien. Ya me lo decía mi abuelo” aunque aquí no hay nada de monstruoso como ella dice, ni cosas feas, al contrario, es como si algo te hipnotizara y no te apeteciera salir de aquí. Esto es más bien un paraíso. Se respira una paz que no se puede explicar. Cuando se lo contemos a mamá no se lo va a creer.

Siguieron andando y llamando a Toby, pero no había rastro de él. El bosque subterráneo era inmenso, no se veía el final. Vieron a lo lejos como cabañas pequeñas, pero no vieron a ningún ser humano. Solo animales.

—Papá, tengo hambre y sed.

—Sí, llevamos ya mucho tiempo andando. Ese árbol tiene unos frutos que parecen comestibles, voy a probar uno. Se ven apetecibles. Espera, yo lo pruebo primero, no vayan a estar amargos y te hagan daño. —Al saborearlo le supo a gloria, estaba muy rico.

—¿Están buenos? Tienen buena pinta, pero nunca los había visto.

—¡Umm, están fresquitos y dulces, sabe delicioso! Toma,  comete uno y sigamos adelante.

Los dos comieron varios, pues les quitaba el hambre y la sed. Luego siguieron buscando a Toby, que no daba señales de vida.

—Papá, ¿qué hora es? Estoy cansado, deberíamos descansar un rato. ¿Podemos recostarnos en aquella piedra junto al árbol? Tengo sueño.

—Sí, hagamos un alto en el camino. Se me ha parado el reloj, no sé qué hora podrá ser ya. Yo también me noto cansado. Parece que hubiésemos andado kilómetros.

Y casi sin darse cuenta se quedaron dormidos.

Seguían echados a los pies de un árbol, dormían plácidamente. El cantar de los pájaros despertó a Juan. Miró a su alrededor, seguía la misma tonalidad de luz. Con el reloj parado y allí sin la luz del sol, no tenía ni idea de que hora era.

—Raúl, despierta, nos hemos quedado dormidos. Será la fruta que nos ha dado sueño o estas flores violetas que relajan, pero la verdad es que he tenido un sueño profundo y reparador. ¡Ufff, qué paz hay aquí abajo!

—¡Qué buena siesta nos hemos echado! —exclamó Raúl bostezando—. Ya no me siento cansado.

—Venga, hijo, a buscar se ha dicho. Que no sabemos si habrá anochecido ya.  Ni sé cuánto hemos dormido y tu madre estará preocupada, prepárate para escucharla reñirnos cuando subamos. Se va a llevar días enfadada, ya lo verás.

—Observa aquellos árboles grandes, papá. ¿No parecen cabañas lo que tienen en su tronco? Sabes siento que alguien nos mira, pero no veo a nadie.

—Yo también siento que no estamos solos, me parece ver sombras, pero tampoco he visto a nadie. Vayamos por este camino más ancho. Fíjate al fondo, ¿aquello que está tendido en el suelo entre los matojos no es Toby?

—Sí, es él, parece dormido ¡Toby, Toby, te encontramos! —Raúl corrió a su encuentro loco de alegría—. Despierta estás sano y a salvo.

—Listo, Raúl, cógelo y volvamos por donde hemos venido, que mamá y Julia nos esperan. Ahora espero que sepamos volver sin perdernos, esto es tan grande y con tantos caminos que es difícil volver. Retrocedamos sobre nuestros pasos.

—Papá, aquel árbol de tu derecha es donde hemos dormido, me fijé en la forma que tiene.

Tras un rato andando, volvieron a tener sed y hambre. Había lagos pequeños donde bebían los animales. Encontraron la fuente con agua fresca donde habían bebido antes. Bebieron un sorbo de agua y comieron otra fruta. Al rato los tres dormían de nuevo agotados. Volvieron a despertarse con el cantar de los pájaros. No sabían cuánto habían dormido.

—Mira, hijo, allí al fondo está el lago de las monedas. Antes de irnos vamos a tirar una, como recuerdo de nuestro paso por esta sorprendente cueva. Toma tira tú otra.

—¡Qué contentas se van a poner mamá y la hermana, cuando nos vean llegar con Toby! ¿Papá podríamos traerlas algún día para que conozcan esto?

—Dudo que tu madre esté de acuerdo en bajar, ella cree que este pozo está maldito, hijo. ¡Oh, se ha cerrado el pasadizo! Tiene que haber una forma de abrirlo. Pulsa todos los símbolos que veas por si alguno de ellos lo abre, como antes.

—Papá los he pulsado todos y nada, no se abre. ¿Y si no podemos salir de aquí?

—No te parezcas a tu madre. Hijo, sé positivo y sigue buscando.

—Papá, en aquel rincón, encima de aquella planta rara, hay algo que sobresale. Me ha parecido ver un destello. Parece una manivela. —Juan se dirigió hacia allí e intentó girarla.

—Está mohosa y no se mueve. Ayúdame a ver si entre los dos podemos. —Tras un rato de esfuerzo, lograron que poco a poco fuese cediendo—. Bien, lo hemos conseguimos. Llevabas razón se ha abierto.

Con cuidado cruzaron el estrecho pasadizo que los devolvía al fondo del pozo.

—Antes de subir vamos a escribir nuestros nombres aquí, junto a los demás, como prueba que hemos conocido este paraíso subterráneo que hay bajo nuestra casa.

—Papá, entonces todos estos nombres que hay aquí, pueden ser de gente que como nosotros han visitado el pozo.

—Seguramente, hijo, tiene sentido. —La cuerda seguía dentro del pozo como la habían dejado. Juan subió primero, luego sacó a la perra y por último tiró para sacar a su hijo. Era de noche—.  Celiaaa, Juliaaa, ya estamos aquí. Hemos encontrado a Toby.

—No están, papá, no contestan.

—No sabemos si es de madrugada, estarán en la casa esperándonos y descansando un rato. Tu hermana es pequeña y se cansa pronto. Tienen la puerta cerrada. Que sucio esta todo. Hay tierra por todos lados. Parece todo más viejo. Ha tenido que caer una tormenta de arena esta tarde mientras hemos estado en el pozo.

Llamaron a la puerta y les abrió una muchacha. Esta los miraba sorprendida, como si fuesen fantasmas.

—Perdone, señorita ¿dónde están mi mujer y mi hija? ¿A pasado algo? ¿Quién es usted? —preguntó Juan, intrigado de ver a una joven que no conocía en su casa.

—Pero, pero –la joven tartamudeaba y sin poder contenerse comenzó a llorar—. No puede ser. ¿Sois ustedes de verdad?

—Perdone, pero no recuerdo conocerla, por favor, debemos entrar a nuestra casa, queremos ver a nuestra familia —le insistía Juan un poco molesto, pues no entendía nada y ella no se apartaba de la puerta, parecía como ida.

—¿Dónde habéis estado tanto tiempo? —les preguntó la emocionada joven.

—Señorita, no hemos tardado tanto, solo hasta encontrar a nuestro perro que se había perdido. —Entró en su casa y no vio ni a Celia ni a Julia, lo cual lo inquietó. ¿Y mi familia, dónde está?

—Tu familia soy yo. ¡Yo soy Julia, tu hija! —confesó con tristeza en la voz.

—¿¡Me toma usted el pelo o me he vuelto loco!? —le gritó Juan alterado—. Mi hija tiene tan solo ocho años. Esta mañana las dejé esperándonos en el pozo. ¿Qué broma pesada es esta? Celiaaa, Juliaaa. ¿Dónde estáis, os encontráis bien?

—Por mucho que gritéis, no os va a contestar nadie más que yo. Hola, Toby, tú también has vuelto. —El perro comenzó a ladrarle con cariño, moviendo la cola de alegría—. Me lo habéis traído sano como me dijisteis y yo he cuidado de mamá como os dije.

—¿Cómo sabe el nombre de nuestro perro? —preguntó Raúl asombrado.

—¿Esta mañana dices, habéis perdido la cabeza o qué? Padre, han pasado diez años desde el fatídico día que entrasteis al maldito pozo a rescatar a Toby. ¡Diez años! —les informó la hija alzando la voz.

—Esto no puede ser verdad. —Miró fijamente a los ojos de la chica y reconoció a los de su hija. Se llevó las manos a la cara aturdido—. No puede ser, esto es una pesadilla de la que quiero despertar ya.

—Mirad las fotos de nosotras, todos estos años. Y las de hace más de diez años con ustedes.

—Santo cielo es verdad, eres Julia ¿Diez años dices? ¿Cómo ha podido pasar tanto tiempo? ¡Diez años!… Si solo estuvimos dormidos un rato. ¿Verdad padre?

—¡Qué locura! Sería la fruta o la luz de las flores violetas, o el cantar de los pájaros las que nos adormilaron, pero … ¿Diez años? Esto no es posible, al final ese pozo es mágico o está maldito como dice mamá y su familia. Era verdad que se tragaba a la gente.

—Vamos a sentarnos que estamos todos aturdidos, necesitáis descansar y hablaremos tranquilos de todo lo que ha pasado en estos años. —Recomendó Julia, que ahora mayor que su hermano.

—¡Ay, Dios! Que sí, que te pareces a mi Julia, tienes sus mismos ojos. Abrázame hija a ver si me vuelve la cordura ¿Y tu madre está descansando? —Juan estaba desorientado y pálido.

—Papá, Raúl, mamá murió hace dos años. Murió de pena, seguía esperándoos cada día y maldiciendo a los monstruos del pozo que se habían tragado a los hombres de su vida. Y todas las noches, se dormía diciendo que los cuentos no solo eran cuentos de viejos y que, por ustedes no creer en ellos, estaba muerta en vida. Por no haber creído en la historia que sus abuelos contaban del pozo, esa que tanto respetó y tanto miedo le daba a ella y a ustedes no. Por eso el pozo os engulló. Nunca quiso cerrar el pozo, ni quitar la cuerda. No perdía la esperanza de que algún día volveríais y no se equivocó, pero no vivió para veros volver. Está enterrada en el jardín, junto al pozo. Para estar más cerca de ustedes, como ella me pidió.

Los dos hombres lloraban sin consuelo y sin poder entender cómo habían pasado tantos años. ¿Por qué no habrían escuchado a Celia? Maldito pozo…

Ya jamás olvidarían que los cuentos de viejos no eran solo cuentos.

 

FIN

                                              

 

 

 

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