—¡Papá, mamá, que Toby se ha tirado al pozo! —gritaba Raúl como loco.
Al escucharlo chillar, Juan, su padre, salió a su encuentro.
—Pero ¿cómo va a ser eso? —Juan intentó calmar a su hijo al verlo tan nervioso—. Raúl, quédate quieto un momento y explícame qué ha pasado. Celia, ven rápido, escucha lo que dice tu hijo.
—¿Qué pasa con esos gritos? Vais a asustar a la niña —protestó su madre acudiendo al encuentro de ellos.
—Raúl, hijo, cuéntale a tu madre lo que ha pasado.
—Yo estaba jugando con Toby en el jardín grande y de pronto se volvió loco, como poseído. Empezó a ladrarle al pozo y cuando me acerqué a él para ver que le ocurría, me miró fijamente y, sin pensarlo dos veces se tiró dentro.
—¡Ay, Dios mío! Con lo tranquilo que es el perro ¿Cómo ha podido hacer eso? Pero… a ver repite, has dicho al pozo. ¿Qué pozo?
De pronto Celia se puso pálida e inquieta. No daba crédito a lo que oía.
—Sí, mamá, al pozo prohibido. Toby de pronto se puso nervioso, como si alguien lo llamase o hubiese visto algo, no sé no paraba de ladrar. Pero yo no oí nada ni vi a nadie.
—¡Ay, ese pozo no, ese nooo! —Se giró y encaró a su marido—. Juan, ¿ese pozo no tenía que estar bien tapado? Mil veces he dicho, que tenía que estar cerrado y sellado y que no os acercarais nunca. —Reñía con mal humor y la preocupación se palpaba en su rostro—. Y si estaba tapado, ¿cómo ha podido caerse el perro?
—No lo sé, Celia, se habrán rotos las tablas con las últimas lluvias. Vamos a verlo, ya de nada sirve quejarse. Habrá que solucionarlo y buscar a Toby.
—¡Ay, mi Toby, qué pena de mi perrito! —rompió a llorar la pequeña Julia al enterarse.
El matrimonio tenía dos hijos: Raúl de doce años y Julia de ocho. Vivían en una casa grande, en una extensa parcela en la pradera. A unos tres kilómetros del pueblo vecino. Tenían varios acres de tierra, sembrados de verduras y árboles frutales. Y dos pozos para el riego. Uno de ellos estaba inhabilitado desde hacía años. Y por ese se había caído Toby. El perro llevaba con ellos seis años.
—Papá, tenemos que ir a rescatarlo. Rápido que ya no se le escucha ladrar.
—Mira, Celia, las lluvias han corroído la madera y se ha roto uno de los tablones. Raúl ayúdame a arrancarlos para poder mirar el fondo.
Con poco esfuerzo, lograron destapar del todo el pozo. Juan fue al cobertizo y trajo una linterna y una cuerda larga y fuerte.
—Celia, cálmate, verás como no es nada y lo sacamos en un momento. Tranquiliza a la niña que no para de llorar y me pone nervioso.
—¿Padre y si se ahoga? —preguntó Raúl preocupado.
—No, hijo, los perros suelen nadar bien, además este pozo siempre ha tenido poca agua. Cuando regamos el campo, tenemos que coger el agua del pozo grande, porque este tiene poco fondo. Este era de tu bisabuelo y por eso lo hemos conservado, más por tradición que por beneficio. —Juan se asomó y con la luz de la linterna alumbró el fondo y llamó al perro—. ¡Toby, Toby! Desde aquí no se ve nada ahí abajo. Raúl, ¿estás seguro que ha caído dentro?
—Sí, padre, segurísimo.
—Entonces, tendré que bajar a buscarlo. Celia, ayúdame con la cuerda. La voy a atar al árbol, así tendrá más fuerza para aguantar mi peso. Bajaré despacio apoyándome en las paredes del pozo para rescatarlo.
—Juan, por favor, no bajes ahí. ¡A este pozo, no! Tírale la cuerda. Toby la cogerá, sabes que es muy listo. Pero bajar tú al pozo no, por Dios. —Le rogaba Celia a su marido temblando de miedo y agarrándolo para que no bajase—. Tú sabes lo que pasa en este pozo
Juan miraba a su mujer. Sabía que estaba asustada y trató de tranquilizarla.
—Celia, no lo escucho ni lo veo, puede haberse dado un golpe al caer. Tengo que bajar, no te preocupes, no me va a pasar nada. Al final me vas a contagiar tus nervios con tanto miedo. —Se ató bien la cuerda y se sentó en el brocal del pozo—. Voy a descender y os voy contando.
—Juan, agárrate bien, a ver si te vas a caer y va a ser peor el remedio que la enfermedad. ¡Ay, si te vieran mi padre y mi abuelo ahora mismo, les daba algo!
— Tranquila, mujer, no pasa nada.
—¡Ay, mi perrito! Papá, tráemelo sano y salvo. —Lloriqueaba la niña.
—No te agobies hermanita, verás como papá hace todo lo posible para traerlo de vuelta.
—Familia ya estoy abajo. El agua me llega a la rodilla, aquí no hay señales de Toby por ningún lado. Raúl te lo repito, ¿estás seguro que Toby ha caído aquí dentro?
—Que sí, papá, al cien por cien. Yo lo vi tirarse y lo escuché ladrar desde dentro, segundos después se quedó todo en silencio.
—¿Dónde se habrá metido este perro? ¿Juan no hay ningún hueco por ahí? Que él se mete por cualquier agujero. Acuérdate cuando se escondió dentro del cubo de la basura y no lo encontrábamos.
—Aquí no se ve ninguna grieta por la que se haya podido meter. Sin embargo, es increíble los símbolos tallados que hay por toda la pared, son raros y antiguos, pero preciosos.
—¿Padre puedo bajar a ver los símbolos y te ayudo a buscarlo? —preguntó Raúl.
—¡No, a este pozo no, de eso ni hablar, me niego rotundamente! —sentenció su madre, alzando la voz muy alterada.
—Celia, déjalo que baje. No le va a pasar nada, yo estoy aquí con él. Que vea los grabados y se suba. ¿Qué mal va a pasarle? Si no hay ni medio metro de agua —le gritaba Juan a su mujer. Su voz hacía eco.
—Juan, no, por favor. Que tú sabes por qué lo digo.
—Venga, mamá, será solo un momento. Por favor, yo siempre hago todo lo que me dices, pero déjame bajar. Esto es una aventura para mí.
Lo que no sabía Raúl era cuánta verdad había en sus palabras.
—¡Hijo, deja de llorar, me vais a quitar del mundo! —Apenada de escucharlo llorar, comprendió que no podía prohibirle a su hijo bajar, por miedo a historias del pasado—. Contra mi voluntad y mi sentir te voy a dejar, pero, por Dios, ten mucho cuidado. Juan, agarra bien la cuerda que el niño va a bajar.
—Mamá, tranquila que iré con cuidado. —Besó a su madre para tranquilizarla y a su hermana—. Julia, tú te quedas con mamá para que no se quede sola, tienes que cuidar de ella ¿vale? —Su hermana asintió sintiéndose importante—. Prepara agua y comida para Toby. Seguro que cuando lo saquemos estará hambriento y con sueño.
—Sí, yo cuido de mamá y preparo la comida de mi perrito —contestó Julia más animada.
—¡Ya estoy abajo! ¡Ufff, mamá qué oscuro y húmedo está esto!
—Jajaja, claro que está húmedo, si es un pozo. Ves lo que os dije, ni rastro de Toby. Espera que se hagan tus ojos a la semioscuridad y mira los símbolos que bonitos son. ¿Desde cuándo estarán y quién los habrá tallado? Mira también hay nombres escritos por toda la pared.
—Sí, parecen obras de arte. Debe ser difícil grabarlo en la piedra aquí bajo tierra. ¿Cuántos años llevará esto aquí? ¿Y de quién serán estos nombres?
—Quien sabe, esas preguntas no tienen respuestas. Ahora, vamos a buscar bien por todos lados. A ver si ves una grieta o alguna palanca que abra algún hueco por donde haya podido meterse.
—No veo nada y he pulsado todos los grabados y tampoco hay ningún hueco. ¡Mira, papá, dentro del agua, bajo tus pies, hay como una moneda antigua que brilla!
—¡Ah, sí es verdad! Veo un destello. No se puede coger está como pegada, aunque parece que ha cedido un poco. Ha dado un pequeño giro, pero no la puedo despegar del suelo.
—¡Papá, se ha abierto un agujero en la pared de los símbolos! Se habrá ido Toby por aquí, es estrecho. ¿Podremos pasar nosotros?
Juan miró hacia el brocal del pozo. Allí mirando fijamente al fondo estaba Celia junto a Julia.
—Celia, hemos encontrado un hueco. Está ajustado, pero creo que cabemos. Vamos a entrar, seguro que Toby se ha ido por aquí. No te preocupes por nada, ahora volvemos, cariño.
—No, Juan, subid ahora mismo, por favor. Que eso está bajo tierra y ya sabes lo que me contaban mis padres sobre los pozos de esta zona.
—¿Qué te contaban mamá? —preguntaba Raúl curioso.
—Muchas historias de las entrañas de los pozos y no eran nada divertidas. Mi bisabuelo se lo contó a mi abuelo, él a mi padre y este a mí. Y me lo narraban con miedo y respeto. Así que subid ahora mismo que me va a dar algo.
—No te preocupes mujer, eso son sólo historias de viejos. A mí también me la contaban, pero tú sabes que nunca se pudo demostrar que pasara nada por estos lares.
—Serán cuentos de viejos, pero he crecido con el miedo de que en este pozo había monstruos que se tragaban a los niños, o los devolvía majaretas y diciendo tonterías. Según mi abuelo, un primo de él y un vecino, desaparecieron en este pozo. Mis padres me prohibieron acercarme al pozo y así lo hice. Y yo se lo he transmitido a mis hijos. Y ahora, por culpa del perro, he vuelto a sacar todos mis miedos de antaño y tengo un nudo me ahoga. Para ustedes será una aventura, pero yo estoy temblando de miedo. Y no son cuentos, yo he visto a mi abuela llorar cuando recordaba lo que le contaban sus padres, así que no te lo tomes a broma, Juan.
—No pasa nada mujer. Los cuentos son solo cuentos. Raúl viene pegadito a mi espalda, déjalo que para él esto es como una hazaña. Ya es un hombrecito y tiene que vivir experiencias que pueda contar a sus amigos. Celia, cariño, conmigo no le va a pasar nada.
Celia temblaba como una hoja mecida por el viento. Serían cuentos, pero ella creía en ellos. ¿Todos sus antepasados iban a estar locos o equivocados? Y ¿por qué sentía esa angustia y un mal presentimiento que le arañaba las entrañas?
Continuará…
Si quieres leer la 2ª parte pulsa aquí