La aurora boreal rompía la nocturna oscuridad, precipitando el despertar de los durmientes. Elena, al notar los primeros rayos de sol en su rostro, abrió sorprendida los ojos. Se había quedado dormida en el sofá mientras leía un libro. Observó sus manos, aún lo tenía abierto entre ellas.
Recordó el día anterior, cuando paseaba por la feria del libro medieval, instalada en la plaza gótica de su ciudad. Estaba ojeando la diversidad de novelas que se exponían en los puestos, cuando una anciana se le acercó y le entregó una novela. Parecía usada. El diseño de la portada le llamó a Elena la atención. Era de cuero marrón, estaba tallada con hilos dorados. Extendió la mano para tocarlo, el libro era precioso. Una obra de arte antigua.
—Joven, cógelo te lo regalo. Lo tengo desde hace años, esperando a alguien que se sintiese atraída por él. Te va a encantar y nunca olvidarás su contenido. No te engaño, te acordarás de mí cuando lo leas —le indicó la anciana mirándola atentamente a los ojos.
—¿Por qué me lo regala a mí? No me conoce de nada. Y se puede apreciar que es un antiquísimo ejemplar. —Elena la miraba intrigada.
—He visto como lo has mirado. Es un ejemplar único, solo se lo daría a alguien que supiese valorar al máximo su lectura. Por la mirada que has puesto al verlo, estoy segura que lo harás. —le confesó la anciana, con una dulzura en su voz que la convenció por completo.
—Pues, muchas gracias, señora. Sí, me ha intrigado, lo leeré y espero que me guste.
—Por la nobleza que veo en tus ojos sé que eres una chica que anhelas la aventura y a través de este libro la encontrarás.
—Cuando lo termine, vendré a devolvérselo y le contaré que me ha parecido.
—No, es tuyo, yo te lo he regalado. Vas a disfrutarlo mucho, ya te acordarás de mis palabras. Solo hay una condición, después de leerlo no te lo puedes quedar. Lo tienes que regalar a alguien que, como tú, sepa leerlo con el corazón.
Esa noche, tras la cena, Elena estaba ansiosa de comenzar a leer la novela medieval. Vivía con otra amiga, pero esta volvía más tarde del trabajo. Se sentó en el sofá, abrió el libro y se dispuso a disfrutar de su historia.
Como le había adelantado la señora, las descripciones eran tan realistas que la habían cautivado desde la primera página. El argumento hablaba de una joven que cumplía su sueño. La historia parecía tan real, que su mente se había transportado a una cabaña en la India.
Estaba tan ensimismada con la lectura, que no recordaba cuando se quedó dormida, solo acudían a su mente las vivencias del personaje. La protagonista visitaba Udaipur, Jaisalmer y Pushkar viviendo en ellas increíbles aventuras. Donde lo mismo paseaba en globo, que adiestraba a una serpiente o remaba en una canoa por un gran océano. Pasando incluso por robar fruta exótica de árboles frondosos o comer manjares con las manos. Los templos y palacios que visitaba la protagonista la habían fascinado por su belleza y magnitud. Las descripciones parecían verídicas y las vivencias emocionantes y enriquecedoras.
Cuando al amanecer, el sol iluminó su rostro, Elena se despertó. Al notar el libro entre sus manos, recordó que se había quedado dormida leyéndolo. «¡Cuánto he disfrutado con la historia! La señora llevaba razón, me ha encantado. La protagonista parecía haberse adueñado de mí», pensaba Elena, ya más espabilada. Se sentó en el sofá y miró a su alrededor. No encontró nada familiar, solo sus zapatillas rosas de andar.
Sorprendida se las calzó y se preguntó dónde estaba. No recordaba cómo había llegado hasta allí. Aturdida se colgó su mochila y se levantó. Intrigada abrió la puerta que había frente a ella, debía averiguar dónde se encontraba.
Al abrirla casi se desmayó de la impresión, ante sus ojos se alzaba Nueva Delhi. “Se hallaba en la India y ella, asombrosamente, era la protagonista del libro. Estaba viviendo su sueño”. A su mente acudió el recuerdo de la anciana y sus palabras: «Te vas a acordar de mí cuando lo leas», y vaya si se acordaba, pensó Elena. Se restregó los ojos temiendo estar soñando y al volverlos a abrir seguía viendo la fabulosa ciudad india frente a ella. Sus ojos lloraban de alegría. Sus sueños se habían convertido en realidad.